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El estado de la ración
Paco Bautista, SMA

No hace muchos días seguía el estado de la nación y una vez terminado tuve un sueño muy curioso. Pero antes cito a Jose María Castillo en su artículo “Los ricos, ruina de los pobres”, que me parece muy lúcido, iluminador, y que comenta lo que se habló en el parlamento.


Lo más esperpéntico que vimos ayer, es que el sistema económico-político que nos rige, está pensado y organizado de tal manera que la economía no pueda funcionar si los grandes números que maneja la gran economía no van bien. Lo cual quiere decir que tenemos un país en el que la economía está creciendo imparable, cuando eso, en realidad representa, que los ricos son cada vez más ricos, al tiempo que la gran masa de la población se hunde en la miseria”.

Prosigo con mi sueño nocturno. El último estado de la nación estaba en todo su auge, con cruces de declaraciones, de unos y de otros. Los que manejaban las cifras macroeconómicas hablando de una recuperación que no se notaba en la gente de la calle, tal vez en sus bolsillos y los de sus allegados. Los de la bancada de enfrente negando la salida de la crisis. El debate era bronco, con momentos cercanos a la falta de respeto.

Y la verdad sea dicha: tenemos una economía acumulada cada vez en menos manos y en menos personas. Así lo dicen hasta los informes de Cáritas. Pero basta darse un paseo por nuestras calles de pueblos y ciudades- no hablemos ya del llamado tercer mundo-, para darse cuenta de que la realidad es muy sangrante. Esto explica la brecha creciente de una sociedad (de un mundo) cada vez más desigual, con parados de larga duración, más comedores sociales abiertos, niños en el umbral de la pobreza, Cáritas o Cruz Roja desbordadas, que reciben cada vez más demandas de ayuda, gente desahuciada a diario de sus casas sin escrúpulo, familias que no llegan a final de mes… Más allá de nuestras fronteras: hambrunas, epidemias de cólera, de ébola, disenterías por falta de agua y su mal estado, guerras, emigración y un largo etcétera de sufrimiento, injusticias y frustración. Y en esta mar revuelta la banca multiplica sus beneficios y la población de a pie se encuentra al borde del precipicio, a la deriva e indignada.

Cuando el estado de la nación estaba a punto de terminar, sin que nada claro quedase, sin soluciones formuladas creíbles, en la parte superior del hemiciclo una preciosa niña de trece años pidió la voz. Todos se quedaron atónitos. Ésta avanzo con paso firme camino del estrado sin que nadie pusiese ningún impedimento.

Presidenta de la cámara, señores y señoras diputados, y la jovencita comenzó su discurso, vengo ante ustedes para decirles que mis padres están en paro, que desde que nací no hemos tenido ni un solo día de vacaciones, que gracias a mis abuelos podemos comer algo a diario, que ellos ya no pueden comprar algunos medicamentos. Pero también quisiera poner en conocimiento de ustedes algo que no termino de explicarme. Se trata del estado de la ración. Verán: cuando rara vez cruzamos la calle para celebrar algo en el bar de toda la vida solemos pedir varias raciones: de patatas bravas, de calamares, de carne con tomate y otras que no recuerdo. Resulta, que cada año que pasa, la ración es más pequeña pero el precio sube. Cada vez comemos menos y pagamos más. Ciertos días veo que mis padres lloran a escondidas porque fingen que ya han comido, pero yo sé que no es verdad. Me gustaría que me explicasen sus señorías porqué pasa esto, y ya que hablan de recuperación económica y prometen creación de empleo, ¿podrán mis padres encontrar alguno?, ¿pueden ustedes poner luz a la dramática situación que estoy viviendo en los últimos años? Gracias por escucharme, y con la misma dignidad que subió a la tribuna la niña bajó de ella.

Cuando recuperó su asiento, los diputados miraban al suelo y más de uno tenía la cara sonrojada. En la cámara no se escuchaba el más mínimo ruido. Todos los ojos estaban fijos en ella, ¿todos?, no, la presidenta tenía sus pupilas clavadas en su tableta electrónica. Con nitidez sonó el ruido que hacía un juego llamado Candy Crush.

Aquel sonido me sacó del sueño. Me incorporé. Era noche cerrada. Dibujé una sonrisa irónica, mitad vergüenza, mitad decepción, indignada también. Pero en mi corazón quedó grabada la pregunta de la pequeña que tuvo la osadía de poner el dedo en la llaga como sólo pueden hacerlo los niños, diciendo la verdad.

Fraternalmente,
Paco Bautista, sma.